Un Blog Sobre Reflexiones Y Refracciones...

Bajo la influencia de la Especia Melange, la Especia de las Especias...

sábado, 23 de octubre de 2010

El Miedo

Ese largo y angustioso escalofrío que parece mensajero de la muerte, el verdadero escalofrío del miedo, sólo lo he sentido una vez. Fue hace muchos años, en aquel hermoso tiempo de los mayorazgos, cuando se hacía información de nobleza para ser militar. Yo acababa de obtener los cordones de Caballero Cadete. Hubiera preferido entrar en la Guardia de la Real Persona; pero mi madre se oponía, y siguiendo la tradición familiar, fui granadero en el Regimiento del Rey. No recuerdo con certeza los años que hace, pero entonces apenas me apuntaba el bozo y hoy ando cerca de ser un viejo caduco. Antes de entrar en el Regimiento mi madre quiso echarme su bendición. La pobre señora vivía retirada en el fondo de una aldea, donde estaba nuestro pazo solariego, y allá fui sumiso y obediente. La misma tarde que llegué mandó en busca del Prior de Brandeso para que viniese a confesarme en la capilla del pazo. Mis hermanas María Isabel y María Fernanda, que eran unas niñas, bajaron a coger rosas al jardín, y mi madre llenó con ellas los floreros del altar. Después me llamó en voz baja para darme su devocionario y decirme que hiciera examen de conciencia:


_ Vete a tribuna, hijo mío. Allí estarás mejor...


La tribuna señorial estaba al lado del Evangelio y comunicaba con la biblioteca. La capilla era húmeda, tenebrosa, resonante. Sobre el retablo campeaba el escudo concedido por ejecutorias de los Reyes Católicos al señor de Bradomín, Pedro Aguiar de Tor, llamado el Chivo y también el Viejo. Aquel caballero estaba enterrado a la derecha del altar. El sepulcro tenía la estatua orante de un guerrero. La lámpara del presbiterio alumbraba noche y día ante el retablo, labrado como joyel de reyes. Los áureos racimos de vid evangélica parecían ofrecerse cargados de fruto. El santo tutelar era aquel piadoso Rey Mago que ofreció mirra al Niño Dios. Su túnica de seda bordada de oro brillaba con el resplandor devoto de un milagro oriental. La luz de la lámpara, entre las cadenas de plata, tenía tímido aleteo de pájaro prisionero como si se afanase por volar hacia el Santo. Mi madre quiso que fuesen sus manos las que dejasen aquella tarde a los pies del Rey Mago los floreros cargados de rosas, como ofrenda de su alma devota. Después, acompañada de mis hermanas, se arrodilló ante el altar. Yo, desde la tribuna, solamente oía el murmullo de su voz, que guiaba moribunda las avemarías; pero cuando las niñas les tocaba responder, oía todas las palabras rituales de la oración. La tarde agonizaba y los rezos resonaban en la silenciosa oscuridad de la capilla, hondos, tristes y augustos, como un eco de la Pasión. Yo me adormecía en la tribuna. Las niñas fueron a sentarse en las gradas del altar. Sus vestidos eran albos como el lino de los paños litúrgicos. Ya sólo distinguía una sombra que rezaba bajo la lámpara del presbiterio. Era mi madre, que sostenía entre sus manos un libro abierto y leía con la cabeza inclinada. De tarde en tarde, el viento mecía la cortina de un alto ventanal. Yo entonces veía en el cielo, ya oscuro, la faz de la luna, pálida y sobrenatural como una diosa que tiene su altar en los bosques y en los lagos...


Mi madre cerró el libro dando un suspiro, y de nuevo llamó a las niñas. Vi pasar sus sombras blancas a través del presbiterio y columbré que se arrodillaban a los lados de mi madre. La luz de la lámpara templaba con un débil resplandor sobre las manos que volvían a sostener el libro abierto. En el silencio la voz leía piadosa y lenta. Las niñas escuchaban, y adiviné sus cabelleras sueltas sobre la albura del ropaje y cayendo a los lados del rostro iguales, tristes, nazarenas. Habíame adormecido, y de pronto me sobresaltaron los gritos de mis hermanas. Miré y las vi en medio del presbiterio abrazadas a mi madre. Gritaban despavoridas. Mi madre las asió de la mano y huyeron las tres. Bajé presuroso. Iba a seguirlas y quedé sobrecogido de terror. En el sepulcro del guerrero se entrechocaban los huesos del esqueleto. Los cabellos se erizaron en mi frente. La capilla había quedado en el mayor silencio, y oíase distintamente el hueco y medroso rodar de la calavera sobre su almohada de piedra. Tuve miedo como no lo he tenido jamás, pero no quise que mi madre y mis hermanas me creyesen cobarde, y permanecí inmóvil en medio del presbiterio, con los ojos fijos en la puerta entreabierta. La luz de la lámpara oscilaba. En lo alto mecíase la cortina de un ventanal, y las nubes pasaban sobre la luna, y las estrellas se encendían y apagaban como nuestras vidas. De pronto, allá lejos, resonó festivo ladrar de perros y música de cascabeles. Una voz grave y eclesiástica llamaba:


_ ¡Aquí, Carabel! ¡Aquí Capitán!...


Era el Prior de Brandeso que llegaba para confesarme. Después oí la voz de mi madre trémula y asustada, y percibí distintamente la carrera retozona de los perros. La voz grave y eclesiástica se elevaba lentamente, como un canto gregoriano:


_ Ahora veremos qué ha sido ello... Cosa del otro mundo no lo es, seguramente... ¡Aquí, Carabel! ¡Aquí, Capitán!...


Y el Prior de Brandeso, precedido de sus lebreles, apareció en la puerta de la capilla:


_ ¿Qué sucede, señor Granadero del Rey?


Yo repuse con voz ahogada:


_ ¡Señor Prior, he oído temblar el esqueleto dentro del sepulcro!...


El Prior atravesó lentamente la capilla. Era un hombre arrogante y erguido. En sus años juveniles también había sido Granadero del Rey. Llegó hasta mí, sin recoger el vuelo de sus hábitos blancos; y afirmándome una mano en el hombro y mirándome la faz decolorida, pronunció gravemente:


_ ¡Que nunca pueda decir el Prio de Brandeso que ha visto temblar a un Granadero del Rey!...


No levantó la mano de mi hombro, y permanecimos inmóviles, contemplándonos sin hablar. En aquel silencio oímos rodar la calavera del guerrero. La mano del Prior no tembló. A nuestro lado los perros enderezaban las orejas con el cuello espeluznado. De nuevo oímos rodar la calavera sobre su almohada de piedra. El Prior me sacudió:


_ ¡Señor Granadero del Rey, hay que saber si son trasgos o brujas!...


Y se acercó al sepulcro y asió las dos anillas de bronce empotradas en una de las losas, aquella que tenía el epitafío. Me acerqué temblando. El Prior me miró sin desplegar los labios. Yo puse mi mano sobre la suya en una anilla y tiré. Lentamente alzamos la piedra. El hueco, negro y frío, quedó ante nosotros. Yo vi que la árida y amarillenta calavera aún se movía. El Prior alargó un brazo dentro del sepulcro para cogerla. Después, sin una palabra y sin un gesto, me la entregó. La recibí temblando. Yo estaba en medio del presbiterio y la luz de la lámpara caía sobre mis manos. Al fijar los ojos las sacudí con horror. Tenía entre ellas un nido de culebras que se desanillaron silbando, mientras la calavera rodaba con hueco y liviano son todas las gradas del presbiterio. El Prior me miró con sus ojos de guerrero que fulguraban bajo la capucha como la visera de un casco:


_ Señor Granadero del Rey, no hay absolución... ¡Yo no absuelvo a los cobardes!


Y con rudo empaque salió sin recoger el vuelo de sus blancos hábitos talares. Las palabras del Prior de Brandeso resonaron mucho tiempo en mis oídos. Resuenan aún. ¡Tal vez por ellas he sabido más tarde sonreír a la muerte como a una mujer!


Jardín Umbrío, Ramón del Valle-Inclán (1866 - 1936)

domingo, 17 de octubre de 2010

El Sistema Límbico

Cuentan que para que el príncipe Gauthama Buddha fuera feliz, su padre el rey Suddhodana trató de evitarle todo contacto con el sufrimiento inherente a la realidad, creando para él un mundo idílico donde los placeres fueran el único aliciente de la vida. De esa manera, pretendía impedir el desarrollo de su espiritualidad y conseguir así romper la profecía sobre el futuro de su hijo.


Cinco siglos después otro hombre lleno de amor se mezclaba con los pobres, leprosos, enfermos, pecadores, putas y recaudadores. Dignificaba a la mujer, hablaba con los otros, cananeos, fenicios, samaritanos. Mientras reprendía a los ricos, sacerdotes y poderosos. Pagando con tortura y muerte la osadía de cuestionar el sistema dominante y, sobre todo, sus estructuras de poder. Muchos lo nombran, pero realmente pocos lo imitan.


Los dos personajes, Buda y Cristo, son hoy símbolos de un pensamiento que ha transcendido lo temporal para ser identificados como caminos para alcanzar el equilibrio armónico entre materia y espiritú.


La canalización, a través de la sublimación de nuestra emociones positivas, de las inquietudes que sobrecogen a los seres dotados de capacidad cognitiva se ha intentado siempre de una forma colectiva buscando una uniformidad en el credo. Gracias a las nuevas ciencias (neurociencia, antropología cultural no etnocéntrica, etología...) se puede afirmar que la evolución de nuestro sistema límbico nos permite el control del cerebro reptiliano, primitivo e instintivo. El funcionamiento sincronizado del sistema límbico junto con un neocórtex también muy evolucionado genera la creación de emociones límbicas positivas trayéndolas a la consciencia y materializándolas en nuestras relaciones con los demás. El ser portadores de miles de células huso y neuronas espejo, nos convierte en el ser vivo con más posibilidades de empatizar con nuestros semejantes.


Tristemente el Señor Sarkozy ha actuado en el caso de la expulsión de los gitanos rumanos como el padre de Buda, tratando de proteger a la ciudadanía francesa de los efectos perniciosos generados por tan indeseados huéspedes. Robos, violencia, suciedad, mal olor, enfermedad... ¿Quién desea cerca de su vivienda la presencia de tan incómodos vecinos? ¿Qué le importa al rebaño de gentes de bien y civilizadas que el giro singular anterior en el cerebro, combine nuestra sensibilidad, pensamientos y sentimientos? Lo que le importa al ciudadano normal, al ciudadano vulgar es vivir lo mejor posible y que se eliminen los parásitos que ponen en peligro las ventajas de una sociedad, por llamarla de algún modo, limpia de excrementos, olvidándose del mensaje evangélico y sobre todo humanístico, que tergiversan para evitar su cumplimiento.


Yo, considerándome como me considero una persona progresista, me solidarizo con la denuncia de la comisaria europea para la integracion, cuando acusa al Señor Sarkozy, de generar xenofobia y racismo gratuito con la expulsión de ciudadanos europeos de otras nacionalidades y de otra categoría. Cabe de todas formas preguntarse: ¿Por qué se permitio, en su momento, la entrada en la Unión Europea de Rumanía y Bulgaria sin incumplían los criterios mínimos para su ingreso, como pudo ser la falta de integración en los respectivos de sus minorías étnicas? ¿Es que no se puede proteger de acuerdo con los principios jurídicos de la Unión a todos los ciudadanos del delito de inseguridad, sin llegar a la expulsión preventiva?


Sinceramente, empiezo a pensar que para ser dirigente en algunos países se requiere la extirpación de los lóbulos medios prefrontales del neocórtex, la lobotomización, su carencia facilita las acciones de poca o nula moralidad, sin que por ello se sienta el menor arrepentimiento independientemente de sus efectos en otros seres humanos. Aunque tampoco nos podemos olvidar de la provocación que supone la marginalidad asumida como identidad que nos diferencia.


En la ventaja evolutiva del amor, de George Vailant, el autor sentenciaba: Las estrategias de supervivencia supra-instintual generan algo que es probablemente único de los seres humanos: un punto de vista moral que, de vez en cuando puede trascender los intereses del grupo inmediato e incluso de la propia especie.


El Señor Sarkozy y sus colegas son sin duda para mí, culpables. Pero honestamente, me pregunto ¿no son nuestros gobernantes el reflejo de esta sociedad nuestra enamorada de lo fácil y donde la falta de compromiso campa a sus anchas? ¿No son un reflejo de nosotros mismos, seres que pululamos por este mundo, como sombras carentes de ideales, superflúos y frívolos? El Señor Sarkozy y sus amigos europeos han optado por lo más fácil, pero también lo más peligroso.


Aún puedo sonreir, por las cosas del pasado que no nos han podido ni podrán arrebatar, con una maravilla como esta, que un día creo un francés, un francés que era gitano, y se llamaba Django Reindhart.






lunes, 11 de octubre de 2010

Multiculturalidad

A veces, las más minúsculas conversaciones y actos de cada uno de nosotros esta imbuído en la más grande de las profundidades, otras veces, nuestra superficialidad queda al descubierto por nuestros actos cargados de frivolidad, a veces. Aún no sé si se puede calificar de método científico, pero creo que la mejor manera de ver la soez y estupidez del prójimo es medir su grado de contaminación intelectual. Sin ningún género de dudas, el estúpido es un ser compacto, impenetrable, macizo e impermeable; sus ideas, o lo que él al menos cree que son sus ideas, están mineralizadas, fosilizadas en el interior de su orondo cráneo, jamás sufren erosión alguna por el medio ambiente que le rodea. Por esta razón, supongo modestamente que lo tiene todo tan claro, el mundo se le presenta sólido, perfectamente esférico, sin fisuras; por esta razón no viaja, ni aún en su pobre imaginación, por eso no lee, ni alimenta su mente y alma con arte, no aprende idiomas, no vaya a ser que un viento nuevo traiga perfumes, música, emoción a la gilipoteca que guarda en esa sesera llena de ruina y telarañas. La atávica estupidez de este país cuenta, entre sus muchísimos motivos, con la tradicional cerrazón que muestra por ejemplo a los idiomas extranjeros.


Siendo educados en la cultura de que nunca es ventajoso cambiar París por la aldea y de que mejor que lo inventen ellos, sólo a costa de una constante labor de aplicar martillo y cincel, nos hemos liberado de la desconfianza hacia el ancho mundo que empieza en el mismo umbral de nuestra propia casa. De la idea de que mi villorrio es el mejor del mundo y de que en la mesa de mamá se come como en ninguna parte; de que el santo patrón de la parroquia de mi pueblo hace los milagros más grandes y detallados de toda la cristiandad y de que en mi feria las muchachas bailan con más gracia que en ninguna otra parte del universo. Comprender es salir de dentro de uno mismo.


Dejar el claustro materno, la puerta de nuestra calle, la chimenea, la hoguera, soportar estoicamente la nieve, el temporal, abandonar la comodidad del hogar para enfrentarse a cielos aún desconocidos. Salir del amado hogar siempre entraña riesgos y peligros: porque uno puede descubrir, al conocer otros jardines y otras hogueras, que el fuego y las rosas son más cálidas en lugares que jamás sospecharía y que aún menos, podemos reclamar como nuestros. Darnos cuenta que lo nuestro no es lo mejor, vamos. Para comprender, para salir, primero hay que dominar la lengua de los caminos, la que no hablan en nuestro pueblo.


Durante hace ya bastante tiempo, los gobiernos se impusieron la titánica tarea de convertirnos a los más jóvenes en bilingües y desde hace poco tiempo se han propuesto la meta de una enseñanza bilingüe en todos los centros públicos. De la misma forma se establecio que estos centros fueran a su vez, escuelas cibernéticas y que todos los niños tendrían un ordenador para llevárselo a casa y pulsar las teclas y esas cosas, pero esa es otra historia. Todo esto no son nada más que buenas intenciones, pues la perspectiva esta más que torcida. Abrir la puerta a la multiculturidad que representa de alguna manera la enseñanza bilingüe, que está francamente bien y que posiblemente haga que algún día seamos gente realmente civilizada y adulta, pierde sustancialmente todo su beneficio cuando la administración alardea de ello a bombo y platillo, como si se anunciara que se acabaron los lunes o el mal aliento y luego no se tienen los medios y los recursos necesarios para alcanzar el reino de los cielos.


Cuando por ejemplo, ponemos a nuestros pequeños en manos de personas, que aunque muy voluntariosas y buenas, prefieren señalar los platos a pedir la carta en el nuevo restaurante de moda de Picadilly Circus. A mí me parece, que así, nuestro bilinguísmo, esa nueva multiculturalidad que creemos ya a las ciernas, roza más el universo de los Morancos que el de las universidades europeas, y en nada quiero con ello culpar a nuestros maestros tradicionales que sólo son víctimas de unos gobiernos que han vendido durante mucho tiempo y aún lo hacen, la piel del oso antes de cazarlo. No, no vivimos en un país cosmopolita e informatizado que de aquí en poco tiempo ocupará en el puesto que le corresponde, esa es una cantinela que suena ya a meramente electoralista, mientras esos gobernantes miran a otra parte. En particular, hacia esa nieve y ese viento que siguen soplando fuera de casa.


PD: Si lees esto, no te des por aludido amigo mío, simplemente algunas conversaciones sin aparentemente importancia, son de lo más inspiradoras.

Dark Angel

Estos son mis tres primeros wallpapers, tras mi vuelta al Diseño Gráfico, algo que no debería haber abandonado después del agradable impacto que tuvo en mi todas las cosas hermosas que se pueden hacer con estas las nuevas tecnologías, al menos como una parte lúdica de mi ocio, con el tercero he podido, "buscarme la vida" y sacarme unas pelillas como freelance, algo que siempre había soñado y que espero que se perpetue en el tiempo (gracias por acordarte de mí, Mariela), han sido creados fundamentalmente mediante retoque fotográfico con Photoshop C6, aunque también he utilizado CorelDraw X15 y Inkscape, el pixelado me ha jugado una mala pasada con el segundo al intentar estandárizar los tamaños, es lo malo de tener que trabajar con unas fotografía predeterminadas con sus determinados pixelados, será algo que tener en cuenta de aquí en adelante.




















































Extensión De Leche

Ese es el significado de la palabra griega galaxia. Durante miles de años en la oscuridad de la noche, la humanidad ha contemplado esa lechada de estrellas coronando nuestro planeta y ha creído a ciencia cierta, que allá en lo alto había un trono de oro ocupado por un toro omnipotente, que vigilaba nuestros actos, fiero o misericordioso, según convenía a sus servidores de acá abajo. A lo largo de la historia de esta humanidad nuestra, la mirada del ser humano hacia la misteriosa maravilla de la noche estrellada ha ido evolucionando: primero fue religiosa, luego se hizo poética y mítica, y finalmente, ha entrado en poder de la ciencia.


La Vía Láctea es una entre miles de millones de galaxias del universo explorado por los telescopios. Sus medidas son de 100.000 años/luz de largo y 20.000 años/luz de ancho. Según un cálculo aproximado por científicos de la Nasa, sólo en la Vía Láctea, pese a ser una de las galaxias más pequeñas conocidas, puede haber del orden de 40.000 millones de planetas habitables como el nuestro. Uno de esos planetas es el recientemente descubierto y galimatíico GJ581g.


Dicho esto hay que sentarse en un sillón muy cómodo para contemplar con una mirada nueva al cielo estrellado, con un buen whisky en la mano sabiendo que estamos infinitamente coronados por una vida tan sucia, proteica, maravillosa y única, como la nuestra, movida por la misma hélice aminoácida universal. Los antiguos, sabiamente, ya daban a algunas constelaciones nombres de animales, como símbolos más o menos míticos, veáse, cisnes, canes, tauros, escorpiones. Eran sólo imagenes geométricas, pero ellos creían fervientemente que regían nuestras vidas, nuestros destinos. Ahora, a estas alturas, Dios es ese toro sagrado al que la física moderna ha agarrado ya al toro por el rabo. El cerebro humano tiene la capacidad de viajar a mayor velocidad que la misma luz, hasta el límite razonable del espacio y del tiempo.


Si el pensamiento del ser humano no es más que una descarga magnética, como sostienen las mentes más mecanicistas, a bordo de ella se puede llegar en un instante a cualquier galaxia donde sin ningún género de dudas, estará tocando el piano otro Duke Ellington o cantando otro Frank Sinatra o cantándo los grillos en praderas extraterrestres o croando las ranas en las infinitas charcas cósmicas. No es necesario levantarse del sillón, esa extensión de leche nocturna de allá arriba está a nuestro alcance en el fondo del vaso. Hoy los ya sólo son teólogos los astronomos, la fe consiste ahora en creer a ciencia cierta que el sonido de los grillos y las ranas junto con las risas de la fiesta en la casa de al lado se produce a miles de años/luz en otra galaxia, como infinito reflejo de nuestras propias vidas.

viernes, 1 de octubre de 2010

VIII

Muy pronto aprendí a conocer mejor aquella flor. En el planeta del principito siempre había habido flores muy sencillas, adornadas con una hilera de pétalos, que no ocupaban mucho sitio y no molestaban a nadie. Aparecían una mañana entre la hierba y luego se apagaban por la noche. Pero ésta había brotado un día, de una semilla traída no se sabe de dónde, y el principito había vigilado muy de cerca esa ramita que no se parecía a las otras ramitas. Podía ser una nueva especie de baobab. Pero el arbusto pronto dejó de crecer, y empezó a preparar una flor. El principito, que asistía a la instalación de un capullo enorme, presentía que saldría de él una aparición milagrosa, pero la flor, al abrigo de su aposento verde, no acababa de arreglarse para estar guapa. Escogía con cuidado sus colores. Se vestía lentamente, ajustaba sus pétalos uno a uno. No quería salir toda arrugada como las amapolas. Sólo quería aparecer en todo el esplendor de su belleza. ¡Ah sí, era muy coqueta! Su misterioso tocado había durado, pues, días y días. Y de pronto, una mañana, justamente al despuntar el alba, se dejó ver.

Y ella, que había trabajado con tanta precisión, dijo bostezando:


- ¡Ah! Acabo de despertarme... Le ruego me perdone... Aún estoy toda despeinada...


El principito, entonces, no pudo contener su admiración:


- ¡Qué hermosa es usted!


- A que sí - respondió dulcemente la flor. - Y he nacido al mismo tiempo que el sol...


El principito se dio cuenta de que no era demasiado modesta, ¡pero era tan conmovedora!


- Me parece que es la hora del desayuno - había añadido luego. - Si tuviera usted la bondad de acordarse de mí...


Y el principito, muy confuso, después de haber buscado una regadera de agua fresca, había servido a la flor.


Así pues, muy pronto le atormentó con su vanidad un poco recelosa. Un día, por ejemplo, hablando de sus cuatro espinas, había dicho al principito:


- ¡Ya pueden venir los tigres con sus garras!


- En mi planeta no hay tigres - había objetado el principito. - Y además, los tigres no comen hierba.


- Yo no soy una hierba- había respondido dulcemente la flor.


- Usted perdone...


- No temo a los tigres, pero detesto las corrientes de aire. ¿No tendría un biombo?


"Detesta las corrientes de aire... Para ser una planta, parece no tener mucha suerte - había notado el principito. - ¡Qué complicada es esta flor!"


- Por la noche me pondrá bajo un fanal. Hace mucho frío por estas tierras suyas. Está mal acondicionado. En cambio, yo vengo de un sitio...


Pero se había interrumpido. Había venido en forma de semilla. No había podido conocer nada de los otros mundos. Humillada por haberse dejado sorprender cuando urdía tan ingenua mentira, había tosido dos o tres veces para hacer quedar mal al principito.


- ¿Y ese biombo?


- Iba a buscarlo, pero como estaba usted hablándome...


Entonces había exagerado su tos para infligirle remordimientos a pesar de todo.


Así pues, a pesar de la buena voluntad de su amor, pronto había dudado de ella. Se había tomado en serio unas palabras sin importancia, y se había sentido muy desgraciado.


- No debería haberle hecho caso - me confesó un día. -Nunca hay que hacer caso a las flores. Hay que mirarlas y olerlas. La mía embalsamaba mi planeta, pero era incapaz de alegrarme de ello. Aquella historia de las garras, que tanto me había irritado, hubiera debido conmoverme.


También me confió:


- ¡Entonces no supe comprender nada! Hubiera debido juzgarla por sus actos y no por sus palabras. Ella me perfumaba y me iluminaba. ¡Nunca hubiera debido huir! Hubiera debido adivinar su ternura detrás de sus pobres astucias. ¡Son tan contradictorias las flores! Pero yo era demasiado joven para saber amarla.


El Principito, Antoine de Saint-Exupery