Al mirar un cuadro impresionista, me imagino que todos nos hemos hecho una serie de preguntas: ¿qué clase de pincelada es esta? ¿por qué aparece tan espesa y con tanto relieve? ¿por qué son obras son tan diferentes tanto a las anteriores como a sus mismos contemporáneos?
Resulta casi mágico comprobar cómo estos cuadros siguen aún hoy impresionandonos, por sus pinceladas, por su técnica, por sus colores... Si esto hoy en dia es así, nos podemos hacer una idea de cómo se quedaron sus contemporáneos, en la segunda mitad del siglo XIX, al contemplar esta nuesva forma de pintar. La respuesta es: realmente impresionados.
Voy a dar humildemente, unas pequeñas pinceladas, grandes rasgos sobre las características más importante de este movimiento pictórico que supuso una auténtica revolución en el mundo del arte.
Una de las principales novedades que representa el impresionismo, consistía en la idea de pintar no lo que existía, como se había hecho hasta entonces, sino lo que de alguna manera, se percibía en un preciso momento, la impresión sin más, que se tenía en un instante. Así, los pintores impresionistas se dejaron llevar, se dejaron contagiar por el positivismo filosófico de la época, basado plenamente en el conocimiento experimental, práctico. Por eso, se concluía que la pintura debía ser la herramienta de transmisión en forma de impresión visual de lo que había visto el artista, que este debía pintar lo que veía. Y así fue, porque justo de esa idea viene el nombre que se le dio al movimiento y, que a su vez, deriva de la célebre obra de Monet, Impresión, sol naciente, imagen tomada directamente del natural por Monet en La Havre, representando las neblinas del puerto al amanecer mientras que el sol comienza a aparecer por el horizonte, creando reflejos anaranjados en el mar y en el cielo. La sensación atmosférica domina una escena en donde las formas casi desaparecen por completo. Es una obra admirable que hoy día, nos sigue sorprendiendo porque hace realidad esa sensación, esa impresión, que el artista tuvo al contemplar ese amanecer y que es exactamente lo que nos quiere transmitir; no un mero paisaje, sino una percepción de ese mágico momento que todavía, a través de esta obra, seguimos experimentando.
Para lograr captar y transmitir esas impresiones la ejecución se realizaba in situ, al aire libre. Ésta, será la primera característica de la que hablaremos, el pleinarisme. Es cierto que, con anterioridad, los paisajistas habían tomado al aire libre; pero eran sólo eso, estudios del natural que luego se debían elaborar en el taller (se salía a inspirarse, no a trabajar). Con el tiempo, los impresionistas realizarán todo el trabajo en el exterior; por lo que estas pinturas tendrán un carácter único, totalmente nuevo con respecto a las anteriores, intentando captar efectos mutables, cambiantes. Lo vemos en los cuadros de Monet sobre el ferrocarril, cuando representa las turbulencias de los vapores, los efectos lumínicos producidos por los rayos del sol al traspasar los cristales de la cubierta de la estación; o en las obras realizadas en el estanque de su casa Giberny, donde podemos apreciar sus estudios sobre los reflejos de la luz en el agua. Al contemplar todos estos efectos en los cuadros impresionistas llegamos a una conclusión, estamos ante una nueva forma de pintar, de dibujar.
En este sentido, una de las primeras cosas que percibimos, que observamos y que nos llama la atención es la pincelada, irregular, desordenada, pequeña, pero sobre todo, siempre visible. Al aire libre, los cambios de luz y la atmósfera impiden al pintor copiar tranquila y minuciosamente el paisaje, por ello, el artista pleinariste renuncia a la reproducción exacta de la naturaleza y adopta una técnica rápida, con este tipo de pincelada. En la pintura académica la pincelada estaba subordinada al dibujo, la composición. Los académicos querían hacer invisible la materia pictórica; por el contrario, los impresionistas resaltan su pincelada, aplicadas con espontaneidad, sin bocetos previos. Esta pincelada es como la firma del artista, ya que cada uno tiene la suya particular, es una especie de caligrafía que lo define. Los academicistas, borraban o aspiraban a borrar todo rastro del pincel, dejando una superficie de la obra, lisa y suave; por el contrario, los impresionistas rompen con la uniformidad de textura de la tela, ya que pretenden que nosotros, como espectadores, nos fijemos, no sólo en el objeto representado, sino también en el cuadro en sí (como era de esperar, sus contemporáneos acogieron muy mal este tipo de técnica, demasiado novedosa para la época). Esta forma de pintar nos llevará a una doble actitud ante la obra representada, ya que hay que ver el cuadro de cerca, para percibir la textura del pigmento, y de lejos para captar la representación en plenitud. Por ello, mientras que en la pintura tradicional lo cercano era representado con minuciosidad y la imprecisión de las formas podía darse en la lejanía o en los detalles secundarios cercanos, por ejemplo de la vestimenta, los impresionistas, ahora, convierten el cuadro en un todo difuso, al aplicar este tipo de pincelada a toda la obra. La realidad será transmitida como un todo.
Junto a la pincelada, otra característica del movimiento será la utilización del color. Los pintores de principios del siglo XIX solían pintar con una gama de colores mortecinos, marrones, grises, verdes y negros. Las sombras eran negras, marrones o grises con el objetivo de causar la sensación de volumen, profundidad y distancia. Pero, ahora, al huir del estudio, los impresionistan crean una paleta de colores puros, desterrando los tonos oscuros y grises, dando lugar a una pintura luminosa y de tonalidades vivas. En lugar de mezclar los colores en la paleta, en muchas ocasiones los aplicarán vivos , puros, sobre la tela, en pequeños toques yuxtapuestos para que sea el espectador el que de alguna forma, mezcle. Se trata de una técnica, que pasó a denominarse mezcla óptica (técnica basada en el uso de pinceladas yuxtapuestas de matices puros y contrastes de tonalidades complementarias para que la mezcla de colores básicos no se efectue en la paleta del artista, sino directamente en la retina del espectador). Así en las telas se ofrece una aparente confusión cromática, pero que observada a conveniente distancia se concreta y equilibra, de esta forma, la mezcla óptica daba lugar a colores más intensos de lo que habría sido posible conseguir mezclándolos en la paleta.
Al aplicar esta técnica, los impresionistas siguen sus observaciones directas pero tanto ellos, como otros pintores, por ejemplo Delacroix, estuvieron también profundamente influenciados por los nuevos conocimientos científicos de la época. En este sentido, se sabe que no ignoraban los estudios del químico francés Eugène Chevreul quien había enunciado en 1839 su ley del contraste simultáneo, según la cual dos colores contiguos se influyen mutuamente, imponiendo cada uno al suyo su propio complementario, (azul y naranja, rojo y verde, amarillo y violeta). Así, los impresionistas analizarán a fondo las sensaciones de contraste que se producen en los lindes de los diferentes colores, especialemente entre los complementarios. Los primeros impresionistas y mas tarde Seurat, Gauguin y Van Gogh, aplicarán el contraste de complementarios para crear efectos vivos. De este modo así mismo, vemos como Renoir juega con la oposición del naranja y el azul en el agua, por ejemplo en El Sena en Asnieres.
Más tarde, estos estudios del color llevados a cabo por Chevreul y otros científicos como Rood, Helmholtz, fueron aplicados sistemáticamente por Seurat y sus seguidores (neoimpresionismo o divisionismo) con la idea de dar una dimensión científica al movimiento. El resultado fueron, de alguna forma, obras más racionales y menos espontáneas, como podemos apreciar en Tarde de Domingo en la Isla de Grande Jatte de Seurat.
Por último, otras de las señas de identidad del movimiento, será sin duda alguna la luz. En la segunda mitad del siglo XIX, con los descubrimientos que hace la física sobre la naturaleza de la luz, se despierta en los pintores un interés más vivo si cabe, por los fenómenos lumínicos y sus aplicaciones en la pintura (se realizan descubrimientos acerca de los componentes de la luz blanca disociados por el prisma. Los impresionistas introducirán las teorías sobre la composición y descomposición de la luz blanca en los elementos del espectro solar). Por tanto la luz, las condicones en las que se produce, influirán decisivamente en el aspecto sensible de las cosas. La atmósfera, el día, la estación; cambian los colores, de tal forma que las cosas ya no son iguales a sí mismas en ningún momento, ahora es imposible. No buscan la representación del color local de los objetos en situaciones estándar, sino el característico del objeto según las distintas circunstancias ambientales de luz y atmósfera. No hay colores fijos, todo depende de la luz que sobre ellos se proyecte; igualmente los contornos se difuminan y las siluetas pierden la forma (el contorno cerrado y bien perfilado, no tiene sentido para los impresionistas). Nada es totalmente nítido o definido porque en la realidad, la atmósfera o la influencia de la luz, no permite esta percepción, estamos de alguna forma hablando de un hiperrealismo. Un mismo tema puede repetirse así, sin más cambios que los matices de iluminación, de intensidad solar, concibiendo así las obras como auténticos estudios acerca del comportamiento de la luz. Este es el sentido, por ejemplo, de las vistas de la fachada oeste de la Catedral de Rouen de Monet (al alba, a mediodía y al crepúsculo; con tiempo nublado y a pleno sol). En este caso, lo que interesaba al artista, era mostrar la sensación del efecto de las sombras y reflejos de la luz sobre la piedra.
Así, podemos llegar a la conclusión de que los impresionistas, no sólo querían transmitirnos lo que representaban en sus obras, sino que nos abrian las puertas hacia otra actitud que será muy importante en el futuro de la historia del arte: apreciar el cuadro por lo que es, por sus pinceladas, sus colores, su textura, elementos que también percibimos al contemplar la obra y que junto a la representación, nos ayudan a captar esa sensación, esa impresión, que tuvo el artista al ponerse frente a esa realidad. Precisamente esta forma de valorar la obra en sí misma, y de cómo esta realizada, será determinante para la concepción del arte del siglo XX.
Cuando tengamos, a partir de ahora, la oportunidad de contemplar una obra impresionista, miremos esta de otra manera. Monet decía que querría haber nacido ciego y haber recobrado de pronto la vista, para empezar a pintar sin reconocer las cosas (que maravillosa forma de expresar el impacto del impresionismo). Por eso, el impresionismo, nos brinda la posibilidad de olvidar lo ya aprendido para abrirnos las puertas hacia un mundo diferente a través de una nueva mirada.
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