Posiblemente el ajo, además de ser uno de los productos más sanos, sea uno de los más utilizados dentro de nuestra gastronomía, pero, ¿qué esconde este pequeño bulbo, de fuerte aroma y sabor? Si esta pregunta se la hiciésemos a un constructor de la Gran Pirámide de Gizeh, nos constestaría, con un cierto olor a ajo en su aliento, que sin este fruto de la tierra le sería muy difícil seguir trabajando, puesto que ya se la atribuían propiedades fortificantes y revigorizantes en el Egipto faraónico. Restos de ajo se encontraron en la tumba de Tutankahmon, sin ir más lejos.
El ajo aparece en la mitología, religión y cultura de medio mundo. Una leyenda árabe, cuenta que el ajo creció a partir de la huella de uno de los pies del diablo, y la cebolla del otro pie, cuando fue expulsado del paraiso y existen muchas referencias de este en la misma Biblia. En la India, en el idioma sánscrito, se le da el nombre de bbûtagna o lo que es lo mismo matador de monstruos y no por casualidad, sino porque los ajos son capaces de protegernos de criaturas terribles. En la Edda Poética, una hermosa colección de poemas y canciones, que dieron origen al Ciclo Nibelungo, se describe al ajo como un símbolo protector, en forma de ritual, puesto que cuenta que si arrojamos un ajo a la bebida, lo dejamos reposar un tiempo y luego lo bebemos, estaremos protegidos contra maleficios, embrujos y males de ojo, durante todo el día.
Los soldados romanos masticaban ajo antes de las batallas. Por supuesto que ellos ya sabían, como también lo sabían los militares de la Primera Guerra Mundial, que el ajo es un antiséptico en toda regla. Y posiblemente este dato tampoco se le escapó a Plinio el Viejo, quién atribuye al ajo la capacidad de curas las mordeduras de serpiente. Pero los que realmente sabían acerca de las propiedades mágicas del ajo (en este caso como remedio ante la pobreza) fueron los boloñeses, quienes por el día de San Juan, salían en multitud a sus calles y plazuelas para hacerse con un diente de ajo y verse protegidos así de la pobreza, al menos durante un año. La fecha de caducidad de un ajo.
Y claro para cualquier guiso que se precie también nos hará falta algo de cebolla. Y es que este otro bulbo, pese que para muchos, incluídos el poeta Miguel Hernández, es símbolo de pobreza, tiene para otros muchos desde la antiguedad un simbolísmo mucho menos terrenal. Daldiano, un adivino del siglo II escribió sobre ella en su libro de interpretación de los sueños: comida en sueños por una persona sana, es de mal augurio; comida en gran cantidad por una persona enferma en sueños, es indicio de pronta recuperación.
Por todo el mundo es sabido que la cebolla hace llorar, pero no es la única reacción física que, supuestamente, produce este producto. Los antiuguos sacerdotes egipcios nunca comían cebolla porque se decía que era un excitante sexual.
¿Os apetece que a este singular guiso, le añadamos unas cuantas especias de nuestra alacena? Y es que, las especias son muy importantes en la gastronomía, pero no menos importante en la mitología de las plantas. Un ejemplo es el comino, volviendo nuevamente al sánscrito, lo llamariamos agâgî, que en su traducción al castellano quiere decir: sacado de cuernos de cabra, esta similitud entre vegetal y cabra, muchas veces muy dudosa, nos puede ayudar a comprender algunas similitudes atribuidas a vegetales y animales, sin tener a primera vista, nada en común. Los grandes naturistas de la historia, daban mucha importancia a los nombres populares de las plantas y con base a estos nombres más comunes, procuraban a cada planta toda clase de virtudes. Acudiendo a la raíz griega de la palabra comino, extraín la propieda de facilitar el embarazo a las mujeres. Antiguamente, sin embargo, el comino también era símbolo de la avaricia y la mezquindad. Pero durante la Edad Media esta percepción cambió y el comino pasó a ser símbolo de fidelidad.
Vamos a añadir a esta composición culinaria, otra especia con historia y misterios no menos sorprendentes, el laurel. Una especia llena de virtudes y no solamente culinarias, ya en el siglo XVII, el naturalista británico Parkinson: las hojas del laurel son más necesarias que ninguna otra del jardín o del huerto, proporcionan tanto placer como utilidad, tanto como adorno como para su consumo, tanto para usos civiles como para usos físicos, sin duda tanto para los enfermos como para los sanos, para los vivos y para los muertos..., así es que, desde la cuna a la tumba, podemos usarlas si tenemos necesidad de ellas. No es de extrañar que ya los emperadores romanos adornasen sus cabezas con coronas de laurel, como signo de gran honor. Aún en nuestros días, premiados en concursos literarios en competiciones deportivas se les califica como laureados, como si de antiguos poetas griegos o romanos se tratasen. Dentro del mundo militar, existe la Cruz Laureada de San Fernando. Insignia que se les concede a los militares, como la más alta recompensa al valor heroico, en acciones de guerra. En toda la Grecia antigua, y como consecuencia de esta leyenda, el laurel siempre estuvo asociado al dios Apolo. Delfos, la ciudad del templo de Apolo, era la ciudad de los oráculos y de sus sacerdotisas, las pitias, que eran las que ejercían de médiums, encargadas de entregar la respuesta de los dioses a aquellos que consultaban el famoso oráculo. Antes de entrar en un estado alterado de conciencia, sacudían el laurel cerca de ellas e incluso lo masticaban como los que mastican las hojas de coca. Según esta historia, el laurel les proporcionaba un sueño profundo y lleno de visiones. Hoy sabemos que, a estas capacidades visionarias, habría que sumar el hecho de que, donde se realizaban estos rituales sagrados era encima de una falla volcánica y que, posiblemente, los gases tóxicos que esta despedía ayudaran, de una forma considerable, a entrar en estos estados mediúmnicos.
Cuentan además las leyendas, que Zeus mató de un rayo a Asclepio, hijo de Apolo, por resucitar a los muertos, no en vano es por eso reconocido como dios de la medicina junto a Hermes. Apolo entonces, dolido por el fallecimiento de su hijo, dio muerte a flechazos a los cíclopes, forjadores del rayo al servicio del dios herrero Hefesto. Esto dio lugar a pensar que, el laurel no podía ser alcanzado por el rayo y se empezó a utilizar como protector contra las tormentas. Y así, los laureles colocados en las entradas de las casas protegían a sus habitantes funcionando como pararrayos. En una representación romana, encontrada en la sepultada Pompeya, apararecen dos ramas de laurel rodenado una olla bajo un templo custodiado por un grifo. Esta representación ceremonial, viene a que los sacerdotes rociaban a quienes intentaban entrar en el templo, con ramas de laurel. En algunas zonas de Italia, se quemaba laurel para conocer como serían las cosechas. Si éstas al arder, hacen ruido, la cosecha será buena, pero si no lo hacen, será mala. Esta creencia nos hace ver como la fe, en este tipo de rituales, perdura durante siglos, puesto que la misma superstición, la encontramos en trabajos firmados muchos siglos atrás por Albio Tibulo, poeta lírico latino del año 55 A. C.
¿Os parece si añadimos a nuestra peculiar comida, un poco de condimento más sustancioso? Añadamósle un par de patatas y es que, este tubérculo comestible, importado por Europa, procedente del Nuevo Mundo no falta en ninguna despensa española. Algunos, como los andaluces, la llamamos papa, pero estos no fueron los primeros en llamarles así, dado que este nombre también fue importado del idioma quechua de la zona occidental de Sudamérica como pápa. Esta curiosa similitud etimológica, sale del cruce entre batata (palabra originaria de la isla La Española) y papa. Obteniendo así el vocablo patata, nombre que, por la similitud de formas, le fue aplicado en un principio por los conquistadores tanto a la papa como a la batata. Se dice que en España y en la Nueva España, se prefirió usar el nombre patata para evitar ofender a los Papas. Dejando atrás esta curiosidad etimológica y teniendo en cuenta que su descubrimiento en Europa es históricamente reciente, detrás de la patata ya se esconden leyendas basadas en antiguos mitos. Un ejemplo es el de Alemania, donde su usaba la patata contra el demonio o el lobo de las patatas. Demonios como este son constantes en las leyendas germánicas.
Para refrescar esta comida que estamos preparando, será mejor que aliñemos una ensalada de lechuga y pepino. Y es que estos dos vegetales, nos van a dar mucho juego, aunque nos parezca extraño, la lechuga en la antiguedad era considerada un alimento nefasto. Tan nefasto, que se utilizaba en las comidas de los funerales y como en casi todas las ocasiones, esta costumbre esta explicada por un acontecimiento mitológico. Cuentan que cuando la diosa Afrodita vió por primera vez al joven Adonis, decidió esconderlo bajo unas grandes hojas de lechuga. Un jabalí olfateo las hojas de lechuga y sin pensarlo dos veces se las comió hiriendo de muerte al más apuesto de los muchachos. Con el mismo nombre y con referencia a la muerte, existe una planta llamada lechuga silvestre (Lactuca Virosa o lechuga que mata). Esta planta tóxica, a veces utilizada como sustituta del opio por sus virtudes hipnóticas, se utiliza en zonas del Cáucaso por los derviches, quienes consumían su látex puro o mezclado con hachís para tener visiones y entrar en trance.
¿Y el pepino?, como se puede imaginar, es de forma fálica, y tiene mucho que ver con la historia del pepino. Es este un símbolo de fertilidad. La mitología india nos habla de un rey divino, el cual prometió a su amada, nada más y nada menos que setenta mil hijos, y lo primero que parió fue un pepino.
Bueno y ya para terminar con esta mitológica comida, sería bueno tomar algo de fruta. Seguro que os gustan las cerezas. Detrás de este rico fruto se encuentran sin embargo, muchas de las más siniestras leyendas de todas las más diversas culturas, entre otras cosas, por estar directamente relacionadas con el mismísimo diablo. Y es que, para los antiguos lituanos, por ejemplo, quien protegía al cerezo, era un demonio llamado Kirmis. Una antigua leyenda alemana, posiblemente alentada por las campesinos para evitar robos, dice que el demonio se esconde detrás de los cerezos más viejos y a quien se acerca a ellos, este les coge presos y los lleva al infierno. Aunque también ha formado parte de las arraigadas costumbres paganas de Albania, donde las tres noches consagradas al nuevo sol, 23 de Diciembre, 1 y 6 de Enero, prenden en llamas las ramas de los cerezos y las cenizas restantes servían para fecundar las tierras de las viñas. Lo cierto es que la ceniza es muy saludable para la tierra y acaba con enfermedades como la filoxera, pero eso no es lo que buscaban al quemarlas, sino que su intención era acabar con los demonios que residen en los cerezos.
Seguro que muchos, después de las comidas, os fumaís un cigarro. Mientras os lo fumaís, os contaré unas cuantas cosas acerca de esta bonita planta importada de Nueva España. Empezaremos por su nombre y es que ese nombre, que le hemos puesto nosotros los españoles, no es el original. Originariamente los indios lo llamaban Picietl, pero como los españoles somos tan originales, decidimos ponerle el nombre de una isla en la cual crecía esta planta en abundancia, Tabaco. Sus virtudes, aunque ahora tenga muchísimos detractores, son muchas. Entre ellas las que más destacan son las de quitar el dolor de cabeza, los males de pecho, quita el dolor de estómago e incluso el mal de madre. Resulta curiosas las anécdotas históricas de esta planta; los indios, cuando los jefes de las tribus tenían que tomar alguna decisión importante, recurrían a los sacerdotes y estos quemaban hojas de tabaco y aspiraban el humo, luego caían al suelo como muertos y al volver en sí, les decían a los jefes indios cuales habían sido las respuestas de sus dioses o demonios. Lo gracioso de todo esto, es que mientras el brujo sacerdote caía sin conocimiento al suelo, los demás indios que se reunían a su alrededor, aprovechaban para embriagarse con el humo que sobraba. Escribiendo esta parte, uno se pregunta, si lo que quemaban era tabaco mezclado con algún aditivo digamos, gracioso. Aunque ya hablando en serio, se sabe por análisis arqueológicos que se conocía el tabaco cerca de 3000 años antes del descubrimiento de América y que su uso en las diversas culturas estaba más cercano a lo mágico o religioso que a lo lúdico o medicinal.
Buen provecho, espero que os siente bien la comida.
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