En la década de 1830, un viajero inglés se detuvo a comer en una venta andaluza y quedó sorprendido por la apariencia de la posadera, de pelo castaño y tez blanca y sonrosada. ¿Es usted andaluza?, le preguntó George Borrow, que así se llamaba el turista. Casi estoy por decir que me parece usted alemana. A lo que respondió la ventera: No se equivocaría mucho su merced. Es verdad que soy española, pues en España he nacido; pero también es verdad que soy de sangre alemana, puesto que mis abuelos vinieron de Alemania, así como la de este caballero, mi señor y marido. ¿Y cómo fue venir sus abuelos de usted a este país?, ¿No ha oído nunca su merced hablar de las colonias alemanas?. Hay bastantes por estas partes.
Y a continuación, la ventera le explicó brevemente la historia de las Nuevas Poblaciones de Andalucía, una serie de pueblos fundados en 1767 por impulso del rey Carlos III en los que se instalaron miles de inmigrantes, llegados principalmente de Alemania. Se establecieron en diversos puntos, pero sobre todo en una zona de Sierra Morena a la que se dio como capital la población de La Carolina, llamada así en honor del rey.
La iniciativa partió de un alemán, Johann Kaspar von Thürriegel, que tenía experiencia en el reclutamiento de soldados en Alemania. Thürriegel propuso al gobierno español contratar obreros alemanes para revalorizar las tierras de América del Sur, pero Pablo de Olavide dio un giro a este plan inicial.Olavide era lo que se conoce como un criollo, un español nacido en tierras americanas, en este caso oriundo de Lima, que en 1752 se instaló en España y que, en medio de diversas peripecias personales, estableció estrechas relaciones con la minoría de ilustrados españoles que habían llegado al poder bajo Carlos III, como el conde de Aranda y Campomanes.
Al conocer la propuesta de Thürriegel, Olavide convenció a sus protectores de que lo mejor era traer los nuevos colonos a España, a alguna región despoblada que pudiera de este modo desarrollarse. El peruano pensó en Andalucía, y concretamente una zona de Sierra Morena por la que pasaba el camino real de Cádiz a Madrid, abierto pocos años antes. El territorio despoblado entre Valdepeñas y Bailén era aprovechado por los bandoleros para preparar asaltos a convoyes, incluidos los que llevaban las remesas de plata llegadas a Cádiz desde América, de manera que la repoblación serviría también, para de alguna manera, garantizar la seguridad de la ruta.
Campomanes y Floridablanca, ministros del Consejo de Castilla, elaboraron junto al propio Olavide el Fuero de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena. Cada familia de colonos debía recibir treinta y tres hectáreas de tierra para cultivos de secano y regadío, así como un lote de ganado: dos vacas, cinco ovejas, cinco cabras, cinco gallinas, un gallo y una puerca de parir; además de 326 reales de vellón. Además, quedaba exenta de pagar tributo durante diez años. A su vez, a los artesanos se les facilitarían todos los instrumentos necesarios para poder desempeñar su oficio.
Las Nuevas Poblaciones fueron un ambicioso experimento inspirado por los ideales de reforma de los ilustrados. Sus promotores querían crear una sociedad sin las rémoras que provocaban la pobreza y, con ella, la despoblación de muchas regiones españolas. Así, se prohibió la presencia de la aristocracia y de conventos que pudieran crear latifundios; también se excluyó a los ganaderos y a la Mesta, a los que se acusaba desde hacía tiempo, de los males de la agricultura nacional.
Por otra parte, se prestaba atención especial a la educación. Todos los niños debían ir a las escuelas de primeras letras, una en cada concejo, cerca de la iglesia. La educación tenía un sentido eminentemente utilitario, por esta razón, se establecía que no habría estudios de gramática ni universitarios, pues los moradores debían dedicarse a la labranza, a la crianza del ganado y a las artes mecánicas, no a las ciencias inútiles.
Thürriegel partió hacia Centroeuropa en junio de 1767 e inició su labor oficial de reclutador, distribuyendo panfletos en francés y en alemán en los que se hacía una idílica descripción de la tierra prometida a los colonizadores. Hasta junio de 1769, cuando se cerró el proceso, reclutó a 7764 personas. En principio era una inmigración controlada, que debía cumplir tres requisitos: que todos los inmigrantes fueran católicos; que la mitad fueran labradores y la otra mitad artesanos, en ningún caso gente sin oficio; y que al menos dos tercios estuvieran en edad fértil. Pero Thürriegel, ante la resistencia de las autoridades alemanas, introdujo a un gran número de vagabundos y gentes sin oficio para cumplir con la cuota prometida.
Las autoridades españolas se quejaron de este fraude: Cada vez se me hace más visible la mala fe de Thürriegel, que va inundando las poblaciones con gentes inútiles, escribía un ministro del Consejo de Castilla; ha inundado con un número muy considerable de tunantes toda la Baja Andalucía. Llegaron, además, muchos protestantes, que decidieron abjurar para permanecer en España, y ese mismo año cuatro colonos se presentaron ante el Tribunal del Santo Oficio de Córdoba también para abjurar.
La fase inicial de las Nuevas Poblaciones fue muy dura. Mientras se edificaban las viviendas, los colonos tuvieron que vivir en barracas construidas por ellos mismos. Además, entre enero y abril de 1768, se registraron epidemias de fiebres terciarias, viruela y escorbuto, que mermaron considerablemente la población. Las cosechas fueron al principio muy pobres, y apenas bastaban para reponer la sementera. En agosto de 1768, un capuchino del Regimiento de Reding afirmaba que desde Lucerna que ni a su peor enemigo le deseaba llegar a Sierra Morena. Glocker, capellán alemán de la Venta de Linares, escribió a Thürriegel que en las Nuevas Poblaciones, se padecía miseria e indigencia, que estaban peor que en la isla de Cayena y que incluso eran favorecidos los colonos que tenían mujeres e hijas más hermosas.
Hubo también, no cabe duda, un choque cultural. El prefecto capuchino fray Romualdo de Friburgo anhelaba organizar en Sierra Morena, bajo su propia dirección, una comunidad de campesinos germanos, y quería fomentar la endogamia y el mantenimiento de su lengua y costumbres propias. Olavide, muy al contrario, buscaba la asimilación cultural de los colonos a través de la educación, y así, favoreció su dispersión en lugar de que vivieran todos concentrados.
Pese a las dificultades iniciales, Pablo de Olavide no se desanimó y buscó nuevas estrategias para lograr el éxito de la empresa. Nombró al ilustrado catalán Antonio de Capmany director de agricultura en las colonias, con la misión de instalar en ellas a nuevos pobladores, llegados ya no del extranjero, sino de otras regiones españolas, como Valencia y Cataluña. Olavide y Capmany impulsaron manofacturas locales, como la fábrica de loza de La Carolina, otra del alfileres y otra más de tejidos de paño. El químico Maximiliano Josef Brisseau creó una fábrica de ácido sulfúrico y minio.
Otra de las preocupaciones de Olavide fue combatir la ociosidad y fomentar la incorporación de la mujer al trabajo. A finales de 1773, ya estaban en funcionamiento en las nuevas localidades ochenta y un telares de lana, dos alfarerías, cuatro jabonerías, dos cererías y dos talleres de tintorería. El cultivo de cáñamo y del lino, junto con el trabajo de la seda, completarían la gama de productos de las Nuevas Poblaciones. Olavide se felicitaba por esos avances: Ya las colonias les muestran un dechado muy diferente. En ellas no se ve ocioso ni mendigo. Los muchachos todos tienen aplicación, y no hay mujer que no ayude a su marido o no gane el pan con su propio trabajo, pues toda especie de persona o trabaja en el campo o halla destino en las fábricas de que se van introduciendo.
Especialmente dedicado a mis primos Juana y José Máximo Nieto Carricondo, por su amor y dedicación por nuestra historia y patrimonio.
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