Para el cristianismo actual, los únicos evangelios oficiales o canónicos son los de Marcos, Mateo, Juan y Lucas. Éstos son, en enfecto, los testimonios más antiguos sobre la vida de Cristo, escritos a finales del siglo I, y desde finales del siglo II fueron reconocidos como los únicos válidos. Pero desde una época muy antigua circularon junto a ellos otros textos similares, que recogían episodios diversos de la vida de Jesús, muchos no coincidentes con la versión canónica. Se los denominó evangelios apócrifos, es decir, ocultos, en alusión a que eran de origen dudoso o incluso constituían falsificaciones de los evangelios auténticos.
En la actualidad existe un gran interés por estos evangelios apócrifos, a causa del deseo un tanto morboso de encontrar en estos escritos algunas verdades, más o menos interesantes o comprometidas, que la Iglesia habría pretendido ocultar de la vista de los fieles. Sin embargo, hay que insisitir en que las diversas Iglesias cristianas, entre ellas la católica, no se oponen a la difusión de estos textos. Y también debe subrayarse que los evangelios apócrifos son todos más tardíos que los canónicos e incluyen elementos manifiestamente legendarios, por lo que no pueden considerarse como fuentes directas sobre la vida de Jesús ni sobre los orígenes del cristianismo. (Aunque no puede descartarse que algunas partes, no muchas ciertamente, de estos textos estuvieran como fondo colecciones de tradiciones orales sobre Jesús que no tuvieron la suerte de ser reconocidas y aceptadas generalmente).
Pese a ello, no puede negarse que los evangelios apócrifos tuvieron gran trascendencia para la historia de la teología, de la liturgia y de la Iglesia en general. Así, algunos elementos de los apócrifos, como los relacionados con la Virgen María, se integraron en la devoción cristiana de épocas posteriores. Por otra parte, su lectura nos ilustra sobre la forma en que se comprendió el cristianismo en los primeros siglos de su historia, y en particular la figura de Jesús, de la que los evangelios apócritofs ofrecen una imagen muy diferente a la de los evangelios canónicos.
Se conservan en total unos cincuenta evangelios apócrifos, que los estudiosos clasificas de diversas formas: por su tendencia teológica, como los evangelios gnósticos, por la etapa de la vida de Jesús, existen, por ejemplo, evangelios de la natividad, de la infancia o de la pasión de Cristo, o por algunos temas colaterales, como los apócrifos asuncionistas, que abordan la muerte o dormición de la Virgen.
Los evangelios gnósticos dibujan una figura de Jesús muy distinta a la que aparece en el resto de los evangelios apócrifos. Para los seguidores de las corrientes gnósticas, la salvación se obtenía no por la pasión y la muerte de Cristo en la cruz, sino por la fe y por el conocimiento revelado (la gnosis) que Cristo compartía con algunos escogidos. En los evangelios gnósticos, Jesús aparecía como un ser divino emanado de un Padre Trascendente, que era enviado a la tierra con el fin de rescatar a los espíritus aprisionados en la materia, esto es, la carne.
Entre los evangelios gnósticos destaca el Evangelio de Tomás, uno de los más antiguos, puede datarse a mediados del siglo II, que constituye un conglomerado de 114 dichos de Jesús. También puede mencionarse el Evangelio de Felipe, una colección de sentencias teológicas para ser utilizadas como catequesis sacramental, o para un cierto rito de iniciación baustismal de tipo gnóstico. Ambos se encontraron en 1945 en la traída y llevada Nag Hammadi en Egipto, dentro de una colección de 50 textos transcritos sobre 13 códices en papiro. Aunque estos códices fueron copiados, y tal vez traducidos al copto, en el siglo IV, los originales son textos griegos bastante más antiguos, probablemente de los siglos II y III.
Otro evangelio de carácter gnóstico es el Evangelio de Judas, difundido en 2006, aunque hallado unos años antes. Lo más llamativo de este texto es el punto de vista peculiar acerca del polémico compañero de Jesús, presentado no como el traidor, sino como el discípulo que mejor entendía al Maestro, un verdadero conocedor, un gnóstico digno de las revelaciones que Jesús no hizo a sus otros discípulos. Entre estas revelaciones destaca la constitución del universo y la suerte futura de las almas. Al final del evangelio, Judas recibe el encargo, glorioso y triste a la vez porque nadie será capaz de comprenderlo, de entregar el cuerpo de Jesús a las autoridades judías para facilitar así la redención. El premio de Judas será un lugar especial junto a la divinidad cuando su alma sea elevada al cielo.
Dejando a un lado los evangelios ligados al gnosticismo, uno de los apócrifos más antiguos y significativos es el Evangelio de Pedro, descubierto en 1886. Esta escrito en griego, y ya hacia el año 190 era conocido por Serapión, obispo de Antioquía. El texto comienza abruptamente, lo que denota que sólo nos ha llegado un fragmento. Entre otras cosas, se cuenta como en el proceso de Jesús ninguno de los judíos quería lavarse las manos, como hizo Poncio Pilato, así como la previsora petición de José de Arimatea al mismo Pilato de que le concediera el cuerpo de Jesús tras su muerte. Luego se describe la crucifixión, con dos importantes variantes repectos a los evangelios canónicos: Jesús no parece sentir dolor alguno, y cuando estaba a punto de morir rompe su silencio y exclama:
¡Fuerza mía, fuerza mía, tú me has abandonado!.
El Evangelio de Pedro describe también la resurrección, cosa que ningún evangelio canónico hace. Se añaden detalles curiosos como una cruz parlante que siguió a Jesús por los aires cuando salió de la tumba. Al recibir la noticia de la resurrección, Pilato ordenó que no se publicara. Aquella misma mañana María Magdalena acudió con sus amigas al sepulcro; al encontrarlo vacío, un joven les dio la noticia de la resurrección y las mujeres huyeron aterrorizadas. Mientras tanto, los doce discípulos, sumidos en la aflicción, volvieron cada uno a su casa. El relato se interrumpe cuando probablemente se iba a narrar una aparición de Jesús a Pedro en Galilea.
El Evangelio de Pedro llama profundamente la atención por su deslizamiento hacia lo mítico y novelesco, así como su afán apologético, mucho más acentuado que en los evangelios canónicos.
A la misma época pertenece otro evangelio apócrifo de gran riqueza narrativa. Su primer editor moderno en el siglo XVI lo llamó Protoevangelio de Santiago, aunque el manuscrito más antiguo se titula Nacimiento de María: Revelación de Santiago. El texto cuenta cómo dos ricos y ancianos personajes de Israel, Joaquín y Ana, tuvieron finalmente una hija por intervención divina, a quien llamaron María. Cuando la pequeña tenía tres años, la llevaron al Templo de Jerusalén, donde se quedó sirviendo al Señor y fue alimentada por un ángel. A los doce años los sacerdotes decidieron entregarla por esposa a un viudo de Israel. Reunidos todos los viudos, cada uno con una vara, ocurrió que de la de José salió una paloma, por lo que fue designado como esposo de María.
José hubo de ausentarse por motivos de trabajo, y entonces tuvo lugar la anunciación del ángel y la promesa del nacimiento virginal. A los seis meses, José volvio y encontró a María encinta. Cuando esta negó haberle engañado, José quedó perplejo. Entre tanto, la noticia llegó a oidos de los sacerdotes, que acusaron a José de haber abusado de María. Ambos fueron sometidos a la ordalía de la ingestión de agua sagrada y enviados a una montaña, pero los dos volvieron sanos y salvos.
A continuación se narra la orden de Augusto de censar a todo el pueblo. Puestos en camino, al llegar el momento del parto, José y María entraron en una cueva. Se produjeron entonces signos y prodigios maravillosos, como una partera que se mostró incrédula y exigió una comprobación física de la virginidad de María. Al realizarla, la mano de la partera quedó carbonizada por su incredulidad. Arrepentida, posteriormente se curó al coger al niño Jesús entre sus brazos. Sigue luego la visita de los magos y la matanza de los inocentes, narradas con sobriedad.
Cabe señalar que en el Protoevangelio se anuncian ya todos los futuros temas que desarrollarán la mariología cristiana. Es también reseñable notar cómo el autor resuelve el problema de hermanos de Jesús: José era viudo y había aportado al matrimonio con María unos hijos, fruto de sus anteriores esponsales, a los que luego se llamaría, impropiamente, hijos de María y hermanos de Jesús.
El notable influjo que ejerció el Protoevangelio de Santiago en la literatura posterior se advierte en el denominado Evangelio de Pseudo Mateo, de autor desconocido. La primera parte de ese texto no es más que la reelaboración del Protoevangelio, mientras que la segunda contiene elementos muy diversos, procedentes de narraciones apócrifas sueltas que debieron forjarse entre los siglos IV y V.
Esta segunda parte se inicia con el viaje de la Sagrada Familia a Egipto, en el que ocurrieron gran número de prodigios. A los tres años Jesús retornó a Palestina, concretamente a Galilea, donde transcurrió su infancia entre toda clase de hechos portentosos. Uno de los más conocidos es el de las doce estatuillas en forma de pájaro que Jesús elaboró con barro; cuando el niño dio unas palmadas los pajarillos echaron a volar. Jesús era temido entre sus compañeros de juegos, pues aquellos que se enfrentaban con él caían como fulminados por un rayo. La familia se trasladó luego a Nazaret, donde Jesús empezó su vida escolar, causando evidentes dificultades a sus maestros. Cuando uno de ellos se atrevió a castigar a Jesús con una vara por una respuesta que le pareció irrespetuosa, cayó muerto en el acto. El niño iba sembrando el terror entre sus vecinos, por lo que la familia hubo de trasladarse a Belén. En la conclusión de su relato, el autor volvía a tomar la explicación de los hermanos de Jesús que proponía el Protoevangelio de Santiago.
El Evangelio de Pseudo Mateo trataba de presentar al niño Jesús como un héroe maravilloso, omnisciente y poderoso. Pero la imagen que se desprende del texto es más bien la de un chiquillo arrogante, díscolo, caprichoso y hasta asesino. Pese a ello, la influencia de este evangelio en escritores posteriores, sobre todo en la Edad Media, fue enorme, y sus milagros entraron de lleno en la Leyenda Áurea de Jacobo de Vorágine, recopilada en el siglo XIII.
Las Actas de Pilato o Evangelio de Nicodemo fue elaborado, al igual que el Evangelio del Pseudo Mateo, en una fecha relativamente tardía, entre los siglos IV y V. Se compone en realidad de dos partes diferenciadas: una primera que puede llamarse propiamente Actas de Pilato, y una segunda, algo más breve, que no lleva título y se suele denominar Descenso de Cristo a los infiernos.
El contenido de las Actas trata fundamentalmente del proceso a Jesús. Nicodemo, un fariseo simpatizante de Jesús mencionado en el Evangelio de Juan, intercede por Cristo en el tribunal. Pilato también se muestra muy favorable al reo, aunque al final cede a las exigencias de los judíos. Sigue el relato de la crucifixión de Jesús al lado de Dimas y Gestas, los dos ladrones. Pilato y su mujer se dolieron por su muerte, ayunando durante un día. Luego José de Arimatea obtuvo de Pilato el cuerpo de Jesús, pero, tras enterrarlo, fue prendido y amenazado por los judíos. Éstos deliberaron cómo darle muerte, pero cuando fueron a buscarlo a la prisión la encontraron vacía.
Mientras tanto, los guardias apostados en el sepulcro fueron testigos de la resurección y la contaron a los judíos, que no los creyeron. A continuación se relata la aparición de Jesús en Galilea, ante José de Arimatea, un sacerdote, un doctor de la Ley y un levita, quienes narraron al Consejo de sacerdotes la aparición y la consiguiente ascensión de Jesús a los cielos.
El Descenso a los infiernos se presenta como continuación de la obra anterior, aunque el autor es claramente otro y es algo más tardío. Se nos ha transmitido en dos recensiones, una griega y otra latina. En la griega, José de Arimatea interviene en la última reunión del Consejo de ancianos, donde argumenta, como prueba de la resurrección de Jesús, que otros muchos han resucitado con él. Todos marchan a Arimatea, donde encuentran, efectivamente, a los resucitados a los que se refería José. Estas personas, entre ellas hay dos llamadas Leucio y Carino, toman papel y pluma y redactan un informe sobre la resurrección de Jesús y las maravillas que obró en el infierno.
En la recensión latina son el sacerdote, el levita y el doctor, personajes de la primera parte del evangelio, quienes cuentan cómo en el retorno de Galilea, donde habían sido testigos de la ascensión, hasta Jerusalén les salió al encuentro una gran multitud de hombres vestidos de blanco, que resultaron ser los resucitados de Jesús. Entre ellos reconocieron a Leucio y Carino, que les contaron los maravillosos sucesos tras la muerte de Jesús. Luego narran cómo Cristo descendió a los infiernos para liberar de las garras de Satanás a los justos que habían vivido antes de su venida a la tierra. Acto seguido todos se encaminaron al paraíso. La recensión griega concluye con una escena en la que los patriarcas se encuentran con el buen ladrón, que les estaba esperando para entrar con ellos en el paraíso.
Existe un grupo de evangelios apócrifos que tratan de un tema que tendría gran fortuna en el cristianismo medieval y moderno: la asunción de María al cielo. Son textos de fecha relativamente tardía, siglos IV y V, aunque algunos investigadores pretenden ver el origen de la tradición sobre la muerte y asunción de María en relatos antiguos que se remontarían hasta el siglo II.
El más significativo de estos textos es el Libro de San Juan Evangelista. El texto comienza relatando cómo, tras la resurrección de Jesús, el arcangel Gabriel se le apareció a María para anunciarle su pronta marcha de este mundo. Dias más tarde, María pidió en sus oraciones ver de nuevo a los apóstoles. El Espiritú los reunió a todos, incluso a aquellos que ya habían muerto, que fueron resucitados para ofrecer compañía a María; cada uno de ellos informó a la Virgen sobre su actividad apostólica. A continuación se presentó en casa de María un nutrido ejército de ángeles, que realizaron numerosos portentos en la naturaleza y entre los hombres, como curaciones milagrosas. Los judíos, sin dejarse impresionar, decidieron marchar contra la Virgen, o al menos lograr que el gobernador romano la expulsara del territorio. Finalmente, éste envió sus tropas contra María, pero el Espíritu la transportó, junto con los apóstoles, hasta Jerusalén.
Al enterarse de su presencia en la ciudad santa, los judíos corrieron con leña para prender fuego a la casa en la que María y sus acompañantes se habían instalado. Pero, al acercarse, salió de ella una violenta llamarada que acabó con una buena parte de los asaltantes. Luego Cristo se apareció ante todos, rodeado de ángeles. María logró de Jesús que se concedieran en adelante gracias especiales a los que invocaran su nombre con fervor. Se produce luego el momento solemne del tránsito: María bendice a cada uno de los apóstoles y Dios extiende sus manos y recibe el alma de María, mientras su cuerpo queda en la tierra.
Durante el traslado del cadáver al huerto de Getsemaní, un judío intentó profonarlo, pero sus manos quedaron colgadas del féretro, separadas del cuerpo; por intercesión de los apóstoles fue curado posteriormente. El cuerpo de la Virgen fue depositado en un sepulcro, en torno al cual se oían voces de ángeles y se expandía un exquisito perfume. Al tercer día dejaron de oírse las voces, y todos comprendieron que su inmaculado cuerpo había sido trasladado al paraíso.
Podemos comprobar, así pues, que los evangelios apócrifos están lejos de ser fuentes históricas sobre la vida de Jesús. Constituyen propiamente obras de ficción, de una riqueza narrativa extraordinaria, y que han ejercido enorme influencia en la devoción cristiana posterior.