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Bajo la influencia de la Especia Melange, la Especia de las Especias...

sábado, 4 de septiembre de 2010

Nuestra Medicina

La comedia ha salvado, a lo largo de la historia, más vidas que la propia medicina. Exageración, pensarán algunos. Lo cierto es que con todas las pequeñas muertes que sufrimos cada día (podemos llamarlas celos, disgustos, traiciones..., el hábito no hace al monje), la risa acaba convirtiéndose en una particular forma de resurrección. No voy a hablar aquí de las saludables consecuencias de una buena carcajada, eso ya está muy visto aunque sea un tópico impepinable (como casi todos los tópicos que circulan por ahí). Lo que sí hay que decir es que, aunque no lo admitamos publicamente, los cómicos ocupan un rol muy importante en nuestro día a día. Ellos son los instrumentos que activan nuestra capacidad de utilizar los pulmones para algo más que emitir suspiros o resoplar.


Sin embargo, los cómicos acostumbran a ser, casi inevitablemente, gente taciturna, tímida, que no gustan de empezar el día con una curva en los labios. Quizás porque de la misma forma que el actor porno termina aborreciendo el sexo, el cómico acaba considerando la risa un automatismo, un acto mecánico que va a producirse sea cual sea su estado de ánimo. No importa que el tipo tenga una depresión ni el tamaño de esta, cuando llega el momento su obligación es hacernos reir. Ya se sabe, es muy distinto hacer algo porque nos corroe el deseo de hacerlo que hacerlo porque no tenemos más remedio, simplemente porque es nuestro trabajo.


El ejemplo más flagrante de la eterna levedad del cómico es John Belushi (también se podría mencionar a Lenny Charles o Andy Kaufman) que se hizo famoso por sus impresionantes actuaciones en el Saturday Night Live y que después se clavó en el imaginario cinéfilo con películas como Granujas A Todo Ritmo o Desmadre A La Americana. Detrás de su oronda silueta y su descomunal capacidad para el cachondeo y la mofa se escondía sin embargo un tipo atormentado que consumía seis gramos de cocaína y tres botellas de vodka al día y que vivía cada minuto como si un meteorito estuviera a punto de impactar sobre la Tierra y el tiempo se le escurriera entre las manos. Basta con leer la biografía del guitarra de The Police, Andy Summers, íntimo amigo suyo, o el excelente libro del periodista Bob Woodward (el del Watergate) sobre el actor para descubrir la bestia que se escondía en las tripas de John Belushi, el Blues Brother.


Obviamente la sonrisa del monstruo se apagó y el cómico fue encontrado muerto el 5 de marzo de 1982 en el Chateau Marmont de Los Angeles después de haber ingerido una letal combinación de cocaína y heroína. A la semana siguiente, sus mejores amigos, nombres como Bill Murray, Chebby Chase o Dan Aykroyd, volvían al tajo. No importaba el dolor ni la culpa, lo único que importaba es que siguiéramos riéndonos. Su muerte fue una lección de vida que todos deberíamos aplicarnos a modo de mantra nihilista: al final da igual lo que nos suceda porque, créeoslo o no, la vida sigue. Pensad en ello cuando lleguen las próximas elecciones.

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