
Siendo educados en la cultura de que nunca es ventajoso cambiar París por la aldea y de que mejor que lo inventen ellos, sólo a costa de una constante labor de aplicar martillo y cincel, nos hemos liberado de la desconfianza hacia el ancho mundo que empieza en el mismo umbral de nuestra propia casa. De la idea de que mi villorrio es el mejor del mundo y de que en la mesa de mamá se come como en ninguna parte; de que el santo patrón de la parroquia de mi pueblo hace los milagros más grandes y detallados de toda la cristiandad y de que en mi feria las muchachas bailan con más gracia que en ninguna otra parte del universo. Comprender es salir de dentro de uno mismo.
Dejar el claustro materno, la puerta de nuestra calle, la chimenea, la hoguera, soportar estoicamente la nieve, el temporal, abandonar la comodidad del hogar para enfrentarse a cielos aún desconocidos. Salir del amado hogar siempre entraña riesgos y peligros: porque uno puede descubrir, al conocer otros jardines y otras hogueras, que el fuego y las rosas son más cálidas en lugares que jamás sospecharía y que aún menos, podemos reclamar como nuestros. Darnos cuenta que lo nuestro no es lo mejor, vamos. Para comprender, para salir, primero hay que dominar la lengua de los caminos, la que no hablan en nuestro pueblo.
Durante hace ya bastante tiempo, los gobiernos se impusieron la titánica tarea de convertirnos a los más jóvenes en bilingües y desde hace poco tiempo se han propuesto la meta de una enseñanza bilingüe en todos los centros públicos. De la misma forma se establecio que estos centros fueran a su vez, escuelas cibernéticas y que todos los niños tendrían un ordenador para llevárselo a casa y pulsar las teclas y esas cosas, pero esa es otra historia. Todo esto no son nada más que buenas intenciones, pues la perspectiva esta más que torcida. Abrir la puerta a la multiculturidad que representa de alguna manera la enseñanza bilingüe, que está francamente bien y que posiblemente haga que algún día seamos gente realmente civilizada y adulta, pierde sustancialmente todo su beneficio cuando la administración alardea de ello a bombo y platillo, como si se anunciara que se acabaron los lunes o el mal aliento y luego no se tienen los medios y los recursos necesarios para alcanzar el reino de los cielos.
Cuando por ejemplo, ponemos a nuestros pequeños en manos de personas, que aunque muy voluntariosas y buenas, prefieren señalar los platos a pedir la carta en el nuevo restaurante de moda de Picadilly Circus. A mí me parece, que así, nuestro bilinguísmo, esa nueva multiculturalidad que creemos ya a las ciernas, roza más el universo de los Morancos que el de las universidades europeas, y en nada quiero con ello culpar a nuestros maestros tradicionales que sólo son víctimas de unos gobiernos que han vendido durante mucho tiempo y aún lo hacen, la piel del oso antes de cazarlo. No, no vivimos en un país cosmopolita e informatizado que de aquí en poco tiempo ocupará en el puesto que le corresponde, esa es una cantinela que suena ya a meramente electoralista, mientras esos gobernantes miran a otra parte. En particular, hacia esa nieve y ese viento que siguen soplando fuera de casa.
PD: Si lees esto, no te des por aludido amigo mío, simplemente algunas conversaciones sin aparentemente importancia, son de lo más inspiradoras.
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