Un Blog Sobre Reflexiones Y Refracciones...

Bajo la influencia de la Especia Melange, la Especia de las Especias...

sábado, 19 de noviembre de 2011

Il Divino

Genio artístico por antonomasia, Miguel Angel Bounarroti fue también un testigo privilegiado de su convulsa época. Su larga vida, 89 años, de 1475 a 1564, coincidió con un periodo crucial de la historia de Europa. Eran los tiempos en que la fé católica se desmoronaba ante el ímpetu de la Reforma protestante (iniciada por Lutero en 1517), tiempos en los que el astrónomo Copérnico revelaba a sus contemporáneos la verdadera posición de la Tierra en un sistema heliocéntrico, en que los relatos de viajes y el descubrimiento del Nuevo Mundo en 1492 generaban otra visión del universo, con nuevos lugares, razas y especies que no aparecían en la Biblia y que harían cuestionar muchas verdades anteriormente asentadas. Por otro lado, el desarrollo comercial y burgués y el pensamiento laico y científico fomentaron una nueva valoración del individuo y de la figura del artista. De todo ello se hizo eco el arte de Miguel Ángel, que evolucionó con el mundo que le rodeaba, reflejando sus expectativas, sus incertidumbres y sus crisis.


Miguel Ángel Buonarroti procedía de una vieja familia de mercaderes y banqueros de Florencia. Su paadre era un funcionario con una posición acomodada en la ciudad. Sin embargo, desde muy joven, Miguel Ángel se inclinó por la carrera artística, contra el deseo de sus padres. A los 13 años, un amigo de la familia lo llevó al taller de Domenico Ghirlandaio, para que se iniciara en las diversas técnicas de pintura, entre ellas la del fresco, que más tarde aplicaría con excepcional maestría en la capilla Sixtina. El artista se refería posteriormente con un cierto menosprecio a estos años de formación, ya que creía en su arte como un don divino, y no como fruto de su instrucción.


En 1489, un año después de ingresar en el taller de Ghirlandaio, Lorenzo de Médicis, gran mecenas de las artes, lo invitó a vivir y a formarse en su palacio. La corte de Lorenzo el Magnífico estaba compuesta por los más famosos poetas, filósofos y artistas de la época, y se convirtió para Miguel Ángel en su gran fuente de aprendizaje. Las tertulias filosóficas que se celebraban con frecuencia en el palacio, presididas por Marsilio Ficino (artífice de la resurrección del platonismo en unión al cristianismo), marcaron al joven aprendiz.


Al mismo tiempo, su estancia en la corte del Magnífico permitió a Miguel Ángel empaparse en el arte de la Antigúedad clásica, que desde hacía decenios se había convertido en el modelo inspirador de todos los artistas florentinos. Los jardines del palacio de Lorenzo albergaban una valiosa colección de escultura romana, que el joven Buonarroti pudo entudiar a fondo. Fue allí, de la mano de Bertoldo di Giovanni, un anciano discípulo de Donatello, donde tomó contacto con la escultura, que consideraría un arte superior desde entonces.


Las primera obras de Miguel Ángel dan fe de esta influencia clásica. Entre ellas se cuentan los relieves de Lucha de centauros y lapitas, inspirados en sarcófagos romanos. Ya en estos años su virtuosismo artístico era tal que se cuenta que una estatua suya fue vendida a un coleccionista haciéndola pasar por antigua. El engaño fue pronto delatado, pero el comprador, el cardenal Raffaele Riario, lejos de indignarse, se convirtió en mecenas del joven artista florentino.


Desde esta fase juvenil, el arte de Miguel Ángel presentaba rasgos originales, que iban más allá de la simple imitación de lo antiguo. Sus figuras traslucían una intensa fuerza, y aparecían como agarrotadas por una tensión interna. La obsesión por la representación del cuerpo humano fue una constante de su carrera. Ello no deja de ser paradójico tratándose de un hombre que fue un reconocido misántropo, pues a lo largo de su vida mantuvo malas relaciones con su familia, tal y como se deduce de las cartas a sus hermanos, y no aceptó nunca ayudantes en su trabajo, por grandes que fueran sus obras. Sin lugar a dudas, su personalidad fue tan áspera como dúctil su pincel.


Este interés por la figura humana, y más concretamente masculina, ha sido explicado a través de la homosexualidad del artista, pues está documentada su relación con el joven patricio Tommaso dei Cavalieri durante sus años de madurez. Lo cierto es que la anatomía masculina aparece en su arte como la más alta creación, e incluso las figuras femeninas, menos numerosas, revisten rasgos masculinos.


Al mismo tiempo, cabe ver la tensión de muchas de las creaciones de Miguel Ángel como una reacción frente a los acontecimientos históricos que vivió directamente y que determinaron su carrera. Así, en 1492 el monje Savonarola empezaba sus violentas predicaciones contra el lujo y la corrupción que reinaban en Florencia, prédicas que estimularon las inquietudes religiosas de Miguel Ángel. Dos años después, Carlos VIII invadía Italia, tal y como había pronosticado Savonarola, obligando a los Médicis a abandonar Florencia. Buonarroti marchó entonces a Venecia y Bolonia.


En 1496 el artista viajó por primera vez a Roma, donde permaneció cinco años. La ciudad papal, en pleno pontificado de Alejandro VI, el fastuoso papa Borgia, se había convertido en un centro de atracción de artistas, que ofrecía generosas perspectivas de mecenazgo y de celebridad. Para acreditar su talento, Miguel Ángel realizó su primera obra maestra, la Piedad del Vaticano. La perfección clásica de las figuras llenó de asombro a sus contemporáneos.


En 1501 el artista retornó a su ciudad natal. Tres años antes Savonarola había sido ejecutado, pero la República que había contribuido a fundar se mantuvo, pese a las maniobras de los Médicis para restaurar su principado. En el momento del retorno de Miguel Ángel una serie de reformas constitucionales consolidaron el nuevo régimen. El artista, pese a los favores que había recibido de los Médicis, se identificó plenamente con el orden republicano y por un momento creyó en un futuro de libertad.


Fue en esta época cuando Buonarroti expresó en sus obras un mayor compromiso político. Así, nada más llegar a Florencia, precedido por la fama adquirida en Roma, recibió el encargo de una escultura que representara a David, el vencedor sobre Goliat. La obra fue concebida como la máxima expresión del ideal republicano que dominaba Florencia en ese momento.


En 1505, Miguel Ángel volvió a Roma. El papa Julio II (1503 - 1513) le encomendó el ambicioso proyecto de la realización de su sepulcro. Este encargo, que tanto fascinó al artista, se convertiría en su peor tormento a causas de las demoras en su realización. En efecto, por orden de Julio II, Miguel Ángel muy pronto hubo de viajar a Bolonia, donde pasaría dos años. Sus escritos de esta época revelan una gran amargura ante un trabajo que le daba pocas satisfacciones. Hasta 1508 no regresó a Roma, pero tampoco entonces pudo ponerse a trabajar en el mausoleo que tanto le obsesionaba, pues un nuevo y colosal proyecto le fue asignado: la ejecución de los frescos de la capilla Sixtina.

Esta monumental obra iba a estar compuesta, en un principio, por una simple representación de los Apóstoles. Sin embargo, parece como si Julio II se hubiera dejado arrastrar por la furia creadora de Miguel Ángel, pues el proyecto cambiaría completamente de modo progresivo. Este fresco prodigioso, admirado a través de los años, hace de algún modo, difícil comprender que su autor se dedicara a la pintura sólo por obligación, como él mismo decía, y que al recibir el encargo respondiese que él era, ante todo, escultor.

Hasta octubre de 1512 Buonarroti estuvo consagrado a la realización de estos frescos, que están compuestos por más de 300 figuras. La apertura al público de la capilla fue un verdadero acontecimiento. De inmediato la fama de su creación se difundió por toda Europa, sobre todo por medio de grabados. Desde entonces quedó establecido y aceptado el primado artístico de Miguel Ángel en su época, por encima incluso de su contemporáneo Rafael.

Julio II no fue sino el primero de una serie de papas que alentaron la carrera de Miguel Ángel durante más de medio siglo, Así, en 1513 subió al trono papal, Juan de Médicis, hijo de Lorenzo el Magnífico, con quien Miguel Ángel había vivido entre 1489 y 1492. La familia de los Médicis había recuperado el poder en Florencia un año antes, gracias al apoyo de las tropas españolas, y el papa León X quiso conmemorar ese éxito mediante una serie de grandes proyectos arquitectónicos que confió a Miguel Ángel. Desde 1519, éste trabajó en Florencia, en la fachada de la iglesia de San Lorenzo, las tumbas Mediceas y la biblioteca Laurenciana, pertenecientes al complejo de la misma iglesia. De esta forma el Papa lo apartaba de la realización del sepulcro de Julio II, ya que los Médicis estaban enfrentados con la familia Della Rovere.

Pese a su dependencia del patronazgo papal para la realización de sus grandes obras, Miguel Ángel se resistía a abandonar el ideal de libertad de la República. Ello se pondría de manifiesto durante el pontificado de Clemente VII (1523 - 1534). En 1527, el Saco de Roma, en el que las tropas del emperador Carlos V asaltaron y saquearon brutalmente durante varios días la capital de la Cristiandad, hizo pensar a muchos que la época gloriosa del Renacimiento había llegado a su fin, Miguel Ángel se hallaba entonces en Florencia, donde los enemigos de los Médicis aprovecharon el acontecimientos para expulsarlos del poder y restaurar la República. Pero el régimen de libertad sucumbió definitivamente tres años después, en 1530.

El desencanto de Miguel Ángel ante este hecho quedó plasmado en un nuevo David, el llamado David Apolíneo del Museo Bargello de Florencia, realizado para Baccio Valori, el odiado gobernador principal de la ciudad en nombre de los restaurados Médicis. Nada recuerda de este David al que realizara en 1504 el florentino: donde antes había fortaleza e ira, ahora vemos melancolía y pesar; el héroe vencedor no celebra su triunfo, a pesar de haber decapitado ya al gigante.

Clemente VII, antes de morir, encargó a Miguel Ángel la representación del Juicio Final para el muro de entrada a la capilla Sixtina. Su sucesor, Pablo III Farnesio (1534 - 1549), ratificó el encargo. Se trata de la obra de un hombre sumido en una profunda crisis espiritual, que plasma su propia personalidad en la pintura, así como también del Papa que la patrocinó. Admiradores ambos de Dante y de su Divina Comedia, artista y mecenas buscaban representar el terror de los condenados y el destino de los bienaventurados, sobre los que recaía inexorablemente la justicia divina. De alguna manera, tal era la visión del mundo que se impondría en toda la Europa católica con el Concilio de Trento (1545 - 1564), inaugurado por el mismo Pablo III, y con el movimiento de la Contrarreforma.

En esa época, Miguel Ángel se puso al servicio de la política de reafirmación del poder papal, que llevó a un ambicioso programa de renovación urbanística de Roma, la capital del orbe católico. Fue así como, en su faceta de arquitecto, se consagró a obras tan imponentes como la ampliación de la basilica de San Pedro y la realización de la plaza del Campidoglio y la Porta Pía.

Sin embargo, en esos momentos Miguel Ángel esperimentaba una profunda crisis espiritual y religiosa El artista entró en relación con Vittoria Colonna, una bella y piadosa aristócrata, para la que compuso numerosos sonetos. Ligada con el círculo de Juan de Valdés, un humanista español residente en Nápoles que propugnaba una profunda reforma de la Iglesia católica, Vittoria Colonna pudo influir en el cuestionamiento religioso de Miguel Ángel.

En todo caso, una especie de arrpentimiento empezó a dominar al artista, el cual dejó de pensar que la belleza del cuerpo humano en el arte era una expresión de la Divinidad. El miedo a la muerte, y a la condenación eterna que ésta podía acarrear, le llevó a renegar del hedonismo de las formas perfectas que dominaran antiguamente su creación. A partir del fallecimiento de su gran amiga Vittoria, la idea de la muerte será el tema predominante en su poesía.

Esta nueva sensibilidad se reflejó sobre todo en su escultura, que sufrió un profundo cambio en la fase final de su vida. Testimonio de ello son sus últimas obras, una serie de representaciones de la Piedad, tema que tendría para Miguel Ángel el significado del requiem. De esta forma, en la dramática Piedad Rondanini los cuerpos de madre e hijo se funden en su agonia. Se dice que el escultor trabajó en esta obra hasta el día antes de morir. Vida y obra fueron así, para Buonarroti, una sola cosa, pues al tiempo que su vida determinaba su creación, sería su obra la razón de su existencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario