La pregunta es: ¿quién tendría que pagar la socialización de las pérdidas de banqueros sin escrúpulos y demás componentes del engranaje de la omnipotente maquinaria que es el mercado?. La respuesta es más que obvia: la ciudadanía, claro, es más, el pueblo llano, ya que, como no se cansan de repetir con un agudo sentido del humor los Gobiernos de cualquier color y tendencia política. "Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades", proclaman los hipócritas carroñeros, mientras se exculpan.
La férrea y vomitiva ortodoxia neoliberal, que vuelve a campar por sus fueros, tras hundirnos en la miseria, una vez olvidado el señuelo de la "refundación del capitalismo", está imponiendo en todas partes unos severos planes de ajuste que reducirán a cenizas el estado del bienestar implantado en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, porque ya nos están avisando de que en los años venideros serán necesarios más recortes (pensiones, copago sanitario, y lo que les venga en gana).
En España, además, y también en otras naciones, la patronal está pidiendo una reducción generalizada de los salarios (la cual se está imponiendo ya en muchos casos), lo cual resulta surrealista en un país donde el 60% de los trabajadores cobra menos de 1.100 euros mensuales. En cambio, se retrasa el aumento de la fiscalidad de los sectores de la población con mayores ingresos y, si llegara a producirse, ya les han tranquilizado al asegurar que será con carácter transitorio (maldita sea nuestra suerte). Parece así que, paralizados por el miedo y el individualismo egoísta, deberíamos aceptar sin más los sacrifícios exigidos, en exclusiva, a las clases medias y populares (porque la denominación baja, a la que pertenecemos la mayoría, esta políticamente hablando, mal vista), para que perdure un sistema en quiebra, en la más literal ruina.
Están jugando con fuego, y si nos armaramos de valor, deberíamos hacer que se quemaran.
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