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Bajo la influencia de la Especia Melange, la Especia de las Especias...

domingo, 19 de septiembre de 2010

De Todo Corazón, Gracias

Llevo muchísimo tiempo intentando escribir algo sobre la amistad y siempre me detiene de algún modo, el miedo de no estar a la altura. De que mis palabras de alguna forma no logren merecerse a mis amigos. Las loas a la amistad son un lugar común demasiado común, diría yo, y a todo el mundo se le calienta la boca parloteando sobre ello. "Lo más importante en la vida son los amigos", gorjean alegremente desde los concursantes más descerebrados de los reality shows, hasta las tertulias más malvadas de la telebasura. Amigos y amistad, son hermosas palabras que el uso y abuso han desgastado.


Lo de la amistad es como el amor. Todo el mundo cree saber de ello, todos nos consideramos grandes conocedores del asunto, expertos en los sentimientos y en la pasión, cuando, en realidad, son dos materias complejas y casi infinitas, profundos rincones del ser, que uno sólo empieza a comprender con la madurez. Cuando somos jóvenes, muy jóvenes, amigos y amores llegan fácilmente, son como una lluvia de verano, cálida y revuelta, confusa, ligera y casi siempre amontonada. Cuando eres joven, muy joven, no escoges, aunque tu así lo creas. Te haces amigo y te enamoras de lo primero que pasa. Porque tenemos necesidad de querer. Somos así, y esa necesidad, a pesar de dolores y desengaños, es conmovedora.


Luego vas viviendo y te vas haciendo. Con suerte, y con esfuerzo, probablemente te vas conociendo un poco. Y también vas encontrando a tu gente, a esas personas que se convertirán en tu mundo, en tu territorio. La única patria que reconozco, la única, son mis amigos, esa es la verdad. Es esta, una patria exigente. La amistad, como el amor, requiere atención, entrega, riego constante. Hay que invertir muchas horas en cultivarla. Conforme me voy haciendo mayor, sé con toda certidumbre que es el mejor destino que puedes dar a tu tiempo, creelo. Esa es una de las cosas que he aprendido.


Por muy vitalista y optimísta que se sea, hacerse mayor es desagradable, muy desagradable. Hacerse viejo es perder; pierdes a la gente querida que se muere; pierdes capacidades poco a poco, casí sin darte cuenta, pierdes futuro: con lo hermosa que es la vida, cada vez te queda menos por delante. Pero con los años también ganas un par de cosas muy importantes y valiosas: experiencia, y si te lo trabajas, sabiduría, que no es otra cosa que una suma de conocimiento intelectual y de madurez emocional. Pero, sobre todo, ganas ese pasado común con los amigos. Crecer con los amigos, hacerse mayor con ellos, ir trenzando a la espalda, con esos testigos de tu vida, años de una biografía compartida, es algo absolutamente maravilloso. Con el paso del tiempo, la amistad verdadera se profundiza y agiganta y se alcanzan niveles de veracidad y emoción del todo indescriptibles.


Con el paso de los años, las amistades se prueban de verdad. El tiempo hiere; hay momentos en los que el paso del tiempo se vuelve salvaje, y muerde y desgarra como una bestia furiosa. En esos tránsitos hostiles y penosos de nuestra existencia, en la angustia, en los problemas, en la desolación, en la incertidumbre, los verdaderos amigos acuden al rescate. Con tal generosidad, con tal facilidad afectuosa, que realizan auténticas proezas como si en realidad no les costase nada. Los amigos de verdad, te salvan literalmente la vida y lo hacen sin esperar nada a cambio, sin alardear de nada, por el puro placer de dar, de regalar, modestamente grandiosos.


Alguna que otra vez, he jugado a imaginar cuáles serían mis últimos pensamientos antes de morir, creo que todos lo hemos hecho. Cómo sería el balance de mi existencia. Siempre he supuesto que esas memorias ardientes y finales estarían compuestas por recuerdos de los amores más apasionados, de la infancia, de la familia. Ahora voy sabiendo que en ese recuento final brillarán como islas de luz algunos momentos mágicos con mis amigos. Esos regalos de cariño que me han dado, tan inmensos que a veces parece imposible merecerlos. Eso también es la verdadera amistad: la sensación de estar felizmente en deuda con los demás. Por todo eso que hemos vivido, y por todo lo que seguro que todavía viviremos, gracias. De todo corazón, gracias.

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