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Bajo la influencia de la Especia Melange, la Especia de las Especias...

miércoles, 11 de agosto de 2010

The Bird

De pie, piernas separadas, saxo firmemente embocado, los brazos pegados al costado, un rosto impenetrable, ojos a veces cerrados y a veces abiertos, ligeramente estrábicos, mirando algún punto en el más insondable infinito. Es la imagén de Charlie, de una esfinge, del solista ejerciendo el dominio absoluto de su instrumento, orgulloso, capaz de tocar tanto con la mejor orquesta sinfónica como con la banda de música de cualquier garito de tercera. Un virtuoso complacido en un arte no echo para bailar, sino para escuchar, para eternamente venerar la magia que consigue extraer de su música ese hombre de edad indefinida, inmaculadamente trajeado, inmóvil sobre el escenario, en su lucha por crear la más sublime belleza.


Contrastes; contrastes brutales entre el veloz torrente de notas acentuadas según un swing tremendo y la lenta declamación de lirismo de la más dulce balada y su acentuada inmovilidad; una inmovilidad solo rota por los más mínimos movimientos de sus labios, de sus dedos, de sus hombros..., definitoria del gran acto de concentración del momento, de la conexión directa entre mente e instrumento, con un estilo que hoy es considerado pura leyenda.


El paso del bueno de Charlie, a lo más alto del Olimpo de los Dioses, dificulta en gran manera la comprensión de su figura, tanto como persona que como artista, después de los más de 50 años de su fallecimiento a la temprana edad de 34 años. Esta edad temprana de su muerte difuminó de alguna forma el personaje transformandolo en un mito, como un Heracles cualquiera. En algunos casos esta mitificación ha sobredimensionado al ser humano real, en el caso de The Bird muy al contrario, ha conseguido hundir en muchos sentidos, su legado a las más bajas capas del más negro lodo.


No Charlie, no murió joven, de alguna manera parece como si hubiera condensado su vida en esos 34 años. A los 17, Parker ya había dejado el instituto y se había casado, había superado un asesino accidente de tráfico y estaba enganchado al alcohol y a un gran y desquiciante cóctel de sustancias ilícitas, sobretodo a la heroína. El niño preferido de su madre, se entregó en cuerpo y alma a la práctica de ese saxo alto, el mejor de la historia del jazz, en Kansas City una ciudad que por aquel entonces era la cuna del mejor swing, blues y bowiee - woogie. Dos grandes maestros para él, Lester Young y Buster Smith, y la gran experiencia adquirida con las orquestas de la ciudad, consiguieron la metamorfosis final, la transformación en el más bello de los monstruos.


Era Parker, según contemporáneos hombre difícil, complicado y muy contradictorio, para unos generoso, para otros ruín; tímido y a veces ausente, para estos, locuaz y extremadamente sociable para aquellos; inteligente y a la misma vez, incapaz de cuidar de sí mismo. Lo que si es historicamente remarcable es que el bueno de Charlie, tuvo que enfrentarse como cualquier pionero a la incomprensión, el rechazo y la ignorancia de sus iguales, y a un racismo por aquellos tiempos aún feroz. Musicalmente hablando sabemos hoy que lo de Parker y el señor Gillespie más que revolución era una natural evolución, y si el segundo es el inspirador y creador del nuevo sonido Bebop, The Bird es el gran impulsor por su meteórica llegada a la escena musical del momento. Así nace un nuevo estilo, firmemente cimentado en el viejo Swing, con nuevos acentos rítmicos y mayor cromatismo melódico, expansiones armónicas con acordes ampliados, sustituciones y demás, que constituyen una nueva música angulosa, disonante, sin faltar nunca las más arraigadas tradiciones, siempre en la busqueda de la más utópica perfección.


La sublimación del músico de jazz, hasta artista total, por encima de todo y todos, es el gran legado de Charlie Parker y de toda una generación de músicos que vieron el jazz no sólo como un reto musical sino también como una via de escape a la condición de ciudadanos de segunda. Tan solo fue capaz de acaparar apenas diez años de su malograda carrera en primera plana, siempre en un ambiente hostil y víctima de sus propias debilidades y tragedias, como la temprana muerte de su hija a la edad de tres años. A pesar de todo ello, cuando llegaba la hora de echar mano a su mágico saxo alto, las mezquindades y miserias del dia a dia, de la cotidaniedad, eran eclípsadas por la majestuosidad de su música sin tiempo, eterna.


Es costumbre decir que el mejor juez del arte, es el paso del tiempo, la música de Charlie Parker es exigente para los oidos, pero la recompensa que espera al esfuerzo de acercarse por primera vez al más grande entre los grandes lo merece, un torbellino de dolor, alegría, lírismo romántico, locura y ironía, un torbellino en resumidas cuentas de la más intensa pasión. En sus grabaciones en directo, sin las restricciones propias del estudio es dónde se alcanza las más altas cotas de expresividad de su free jazz, fiel reflejo de sus emociones. Así es como se disfruta más a The Bird, y cuando uno comienza a escucharlo ya no puedo dejar de hacerlo el resto de su vida.


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